domingo, abril 29, 2007

La página del millón de dólares


Hoy navegando un poco en la inter encontre la página del millón de dólares... a un tipo se le ocurrió vender pixeles en la inter cada uno a un dólar, claro que si pones un pixel de publicidad no se notará ni el color pero el negocio está en vender bloques de cien pixeles para apreciar algo ... Sin duda ahora se está convirtiendo en millonario con lo de hacer historia en la inter pero la verdad que ahi no se aprecia nada de nada... esperemos que esto no resulte en un total fraude... algún día ha de salir de la web jejeje en fin...

The Million Dollar Home page

sábado, abril 28, 2007

Los cien días del plebeyo

Mmm les posteré una historia que en realidad me encantó...ahi les va...



Una bella princesa estaba buscando consorte,
Nobles y ricos pretendientes llegaban de todas partes
con maravillosos regalo: joyas, tierras, ejércitos,
tronos... Entre los candidatos se encontraba un joven
plebeyo que no tenía más riquezas que el amor y la
perseverancia. Cuando le llegó el momento de
hablar dijo:

-Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un
hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te
ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré
cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos
que la lluvia y sin más ropas que las que llevo
puestas. Esa sera mi dote.


La Princesa, conmovida por semejante gesto de
amor, decidió aceptar:

-Tendrás tu oportunidad: si pasas ese prueba, me
desposarás.


Así pasaron las horas y los días. El pretendiente
permaneció afuera del palacio, soportando el sol, los
vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañar,
con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente
súbdito siguió firme en su empeño sin desfallecer un
momento.

De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba
traslucir la esbelta figura de la princesa, que con un
noble gesto y una sonrisa aprobaba la faena. Todo
iba a las mil maravillas, se hicieron apuestas y
algunos optimistas comenzaron a planear los festejos.

Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de
la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo
era alegría y jolgorio, pero cuando faltaba una hora
para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los
asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se
levanto y, sin dar explicación alguna, se alejó
lentamente del lugar donde había permanecido cien días.

Unas semanas después, mientras deambulaba por
un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó
y le preguntó a quemarropa:

-¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr
la meta ¿Por qué perdiste esa oportunidad?
¿Por qué te retiraste?


Con profunda consternación y lágrimas mal disimuladas,
el plebeyo contestó con vos baja.

-La Princesa no me ahorro ni un día de
sufrimiento, ni siquiera una hora...No merecía
mi amor...


Cuando estamos dispuestos a dar, lo mejor de nosotros
mismo como prueba de afecto o lealtad incluso a
riesgo de perder nuestra dignidad merecemos al menos
una palabra de comprensión o estímulo. Las personas
tienen que hacerse merecedores del amor que se les
ofrece.

miércoles, abril 25, 2007

Sangre de Campeón: 24.-Un campeón pone manos a la obra

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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El coche chocado que los delincuentes abandonaron, era del señor Izquierdo. La policía se movió con excesiva prontitud. Gracias a eso atraparon a los cuatro malhechores en casa de Lobelo.

La anciana que fue asaltada junto con su esposo, esta vez identificó plenamente a los ladrones. “Son ellos”, aseguró.

Entonces comprendí: El señor Izquierdo nunca actuaba solo. Tenía cómplices. Cuando intentaron robar mi casa, iban en dos automóviles. También cuando asaltaron a los viejitos; por eso la mujer sólo vio a dos de los delincuentes. Los demás estaban en el otro coche.

Recordé que Lobelo me había dicho mientras me restregaba en la cara un reloj de pulsera: “Mira esto. Era del anciano al que le dio un paro cardíaco. También tengo su anillo y su cartera de piel”. Después recordé cuando me dijo que yo sería más feliz si mis padres se murieran o divorciaran: “Soy libre como los pájaros. Mi padrastro me deja hacer lo que quiero, no se mete conmigo y me enseña a ganar dinero fácil.”

- ¡Dinero fácil!

Por eso el hombre acabó en la cárcel y Lobelo tuvo que huir. No sé adónde fue. Ojalá haya buscado a su madre. Me hubiera gustado hablar con él, para ayudarlo. Sé que también tiene sangre de campeón y puede purificar su esencia. Con quien sí pude hablar, fue con su amigo, el gordito. Se llama Roberto. Le platiqué sobre IVI, sobre la caja de tarjetas y sobre los guerreros protectores. Me escuchó con la boca abierta. Pude detectar que todavía es un niño de corazón. Eso le ayudará. Por lo pronto, no ha vuelto a molestarme.

La noche en que nos volcamos, la pasamos en el hospital y en la comisaría. Mamá se fracturó un brazo. Se lo enyesaron.

Casi en la madrugada llegamos a casa.

Lo primero que hice fue ir al escondite del jardín. Necesitaba tomar la caja de IVI, para abrazarla y dormir con ella. Sentí una gran opresión en el pecho cuando moví las plantas y descubrí el rincón vacío. La caja ya no estaba.

Busqué por todos lados. Había desaparecido.

- ¿Por qué? – Pregunté al aire, sabiendo que ella me escuchaba y sintiendo lágrimas correr por mi mejilla-, ¿por qué te llevaste la caja?. No quiero que te vayas de mi vida, no quiero que desaparezcas...IVI...por favor...No quiero crecer...

Mi madre me observaba confundida.

- ¿A quién le hablas?, ¿Por qué lloras?

La abracé y le conté todo.

Ella tragó saliva y estuvo callada durante un largo rato.

Dudaba de mis palabras.

- Tienes mucha imaginación.

- Sí conteste orgulloso-. La tengo.

- Pero no te dejes llevar por ella, hijo... eso que me cuentas... piénsalo...tal vez haya sido una fantasía...En el hospital todavía estabas un poco anestesiado y, después del choque sufrimos muchos golpes...

- Quizá –respondí-, sin embargo, últimamente he aprendido que gracias a la imaginación y la creatividad, los niños podemos captar cosas que los adultos no pueden...

Mi madre apretó los labios y afirmó con la cabeza.

- Entonces –comentó después-. ¿Por qué no escribes lo que acabas de platicarme?. De esa forma jamás lo olvidarás.

- Pero yo no sé escribir.

- Sí sabes. ¿Recuerdas la carta que redactaste para el director cuando te iban a expulsar? Es genial. Has dicho que tienes sangre de campeón, ¿verdad? Pues yo creo que un campeón no se queda con los sueños en la mente. Actúa y los convierte en realidad. ¡Escribe tus experiencias, Felipe!. Difúndelas. Enséñale a los demás niños que pueden ser triunfadores si se lo proponen. Haz un libro, lo mejor que puedas, y después buscaremos a un escritor que nos eche la mano para corregirlo y publicarlo. Así es como se alcanzan las grandes metas. Haz tu mejor esfuerzo y luego pide ayuda a quienes tienen la posibilidad de impulsarte...

Abracé a mi madre y mi congoja se fue apaciguando.

Eso haría.

Cuatro meses después, dieron de alta a mi hermano. El tratamiento tendría que continuar por mucho tiempo más pero, por lo pronto, Riky había sobrevivido a la fase inicial de una violenta leucemia.

Un día antes de su salida del hospital, me confesó que le daba vergüenza que sus amigos lo vieran calvo. El cabello tardaría en volverle a crecer.

Se lo platiqué a mi padre y a él se le ocurrió una idea.

Le hicimos una fiesta de sorpresa a Riky. Invitamos a todos nuestros familiares y amigos. Pusimos letreros de bienvenida por la casa. Cuando Riky llegó, se sorprendió mucho: Papá y yo nos habíamos rapado el cabello para estar calvos como él. También lo hicieron algunos amigos y primos. Se sintió apoyado, conmovido, y se llevó ambas manos a la cara para llorar.

Papá pidió silencio y se puso al frente de la sala.

- Quiero decirle a mi hijo Riky unas palabras de bienvenida.

Todos escuchamos con atención. Mi padre hablo entrecortadamente. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

. Riky. Me cuesta mucho trabajo expresar, cuanto te queremos todos, -se detuvo un momento para respirar-, eres un chico extraordinario. En los últimos meses te hemos visto sufrir mucho, pero también, te hemos visto sonreír. Eso nos dio fortaleza. Yo jamás creí que nuestra familia tuviera que pasar por un trance tán difícil, pero doy gracias, -la voz se le quebró-, aunque no acabo de entender muchas cosas, -se limpió las lágrimas-, doy gracias, porque, como nos dijo una doctora, aprendimos a confiar en aquel que tiene la última palabra. En este tiempo Dios nos consoló y nos dio mensajes de amor muy fuertes. Le doy gracias, porque nos enseño a vivir de rodillas ante su poder, pero luchando cada día con la esperanza de un milagro, -un sollozo se le escapó, lloró abiertamente, luego de unos segundos concluyó-. Gracias porque nos concedió ese milagro, mis hijos están vivos... y tengo una hermosa familia...que no cambiaría por nada...

Le fue imposible continuar.

Los invitados aplaudieron. Todos estábamos conmovidos. Mis padres, Riky y yo nos abrazamos.

En ese instante comprendí que, no importando los dramas y conflictos, la vida es hermosa, vale la pena disfrutarla y poner manos a la obra para llevar a cabo nuestras metas. Entendí que, por regalo de un Dios amoroso y bueno, mis venas llevaban sangre de campeón.

Dejamos de abrazarnos. Tuve el deseo de estar solo unos minutos. Me escabullí hacia fuera y me paré en medio del patio.

Respiré hondo.

Sobre mi cabeza se dibujaba un hermoso atardecer.

En un arranque de júbilo levanté ambas manos en señal de victoria.

Los invitados pusieron música y la fiesta comenzó en mi casa.

También en mi vida.

Sangre de Campeón: 23.-Un campeón es siempre niño en su corazón

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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La calle estaba en silencio. Había un edificio viejo a nuestro lado.

- ¿Qué quieren? –les pregunté a los cuatro sujetos que caminaban hacia mí.

Siguieron avanzando.

- ¡No nos hagan nada! –supliqué-. Por favor. Mi mamá está herida.

Tuve el impulso de correr, pero no podía abandonar a mi madre adentro del carro.

Sentí pánico.

En ese instante, oí ruidos. En las ventanas del edificio se habían encendido algunas luces.

- ¡Auxilio! –exclamé-, ¡tuvimos un accidente! ¡Mi madre está adentro del coche todavía!

Casi de inmediato, la puerta principal de la construcción se abrió. Salieron varias personas que habían oído el estruendoso ruido del accidente.

Me quedé quieto.

Los malvados que mostraban sus armas amenazadoramente, se detuvieron. Después caminaron un poco más y volvieron a detenerse. Miraban hacia el frente con extrañeza.

Del edificio seguían saliendo personas. Rodeaban el carro donde se encontraba mi madre. Se escuchaban comentarios y exclamaciones.

Repentinamente los malhechores dieron media vuelta y echaron a correr de regreso a sus coches. Trataron de arrancar el auto chocado, pero no lo lograron; miraban de forma alternante hacia donde yo me encontraba.

¿Qué está ocurriendo? ¿A qué le tenían tanto miedo?. Miré alrededor. Del edificio salían cada vez más hombres. Los últimos eran exageradamente robustos... Me froté los ojos. Tragué saliva impresionado. ¡Los tipos llegaban a la calle y caminaban en dirección de los delincuentes, como enormes guardaespaldas furiosos, dispuestos a luchar a muerte por defendernos a mi madre y a mí!

- ¡Dios mío! –murmuré-. ¿Qué es esto?

Entonces recordé una de las tarjetas de IVI que había leído:

Los ángeles conocen la naturaleza humana mejor que las personas. Piensan, sienten, tienen voluntad y emociones. Pueden hacerse visibles cuando es necesario.

Los ángeles son criaturas poderosas y sabias, pero hechas de diferente sustancia. Cuando un niño muere, no se vuelve ángel. Su alma sigue siendo humana. En los planes eternos, los seres humanos serán superiores a las ángeles porque Dios los ha llamado a ser sus hijos...

Por eso, los ángeles cuidan a las personas.

Los malhechores abandonaron el coche chocado y subieron al otro. Lo arrancaron con rapidez y avanzaron. Detrás de ellos corrían nuestros protectores. Daban vuelta en la esquina y desaparecían de mi vista.

Una luz azul comenzó a ganar intensidad junto al coche volcado. Giré la cabeza. Entonces la ví.

Sentí una gran alegría.

Esta vez, IVI no parecía una persona. Estaba rodeada de un brillante halo blanco y sus pies flotaban despegados del piso. Me acerqué un poco, cautivado por su increíble belleza.

- ¿Por... por qué está ocurriendo esto? –le pregunté.

Ella me contestó:

- Pasa todos los días. Los ángeles protegemos a quienes aman al Señor. Sobretodo si son niños.

Estaba aturdido. Volví a preguntar:

- ¿Por... por qué?

Ella respondió:

- Porque en el mundo, Dios quiere a los niños más que a nadie. Son sus criaturas amadas, preferidas, consentidas.

- De... ¿de veras?

- Sí. Jesús dijo: “Nunca desprecies a un niño, porque los ángeles de los niños están viendo todo el tiempo el rostro de mi Padre” Mateo 18:10. También dijo: “Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos” Marcos 10:14 Y, lo más increíble. Afirmó: “Les he ocultado muchas cosas a las personas mayores y sabias, pero se las he rebelado a los pequeños.”Mateo 11:25.

Reflexioné unos segundos.

- ¿E...eso qué significa?

- Que los niños reciben mensajes. Felipe. Incluso algunos tienen contacto con ángeles. Tristemente, al crecer, muchos pierden su sensibilidad y su inocencia. Entonces olvidan las experiencias más bellas.

- IVI, yo tengo doce años. Pronto dejaré de ser niño. ¿Olvidaré esto?.

- No, si no quieres. Puedes ser siempre niño, en tu corazón.

- ¿Cómo?

- Nunca dejes de creer. Vive con alegría, usa mucho tu imaginación y sobre todo, lucha cada día por un ideal.

- ¿ Y si fracaso?

- Para un hijo de Dios, esa palabra no existe. Eres un campeón siempre. Cuando sientas que te faltan fuerzas, recuerda que todo lo puedes en el nombre del Señor. Habla con El. Te escucha. Los ángeles no tenemos capacidad para estar en dos sitios al mismo tiempo, en cambio el Espíritu de nuestro Creador se halla en todas partes a la vez y habita en el interior de cada ser humano.

Asentí. Parecía complicado, pero era algo muy hermoso...

Escuché un gemido.

Volví la cabeza.

Mi madre estaba saliendo del auto, al fin. Corrí a ayudarla.

A lo lejos sonaban sirenas de ambulancias y patrullas.

Mamá se detenía el brazo izquierdo con la mano opuesta.

- Ya estamos a salvo... –la consolé-. Los maleantes se fueron.

- ¿Sí? –preguntó y luego supuso-: De seguro alguien oyó el ruido del accidente y telefoneó a emergencias.

Se apoyó en mí.

Le iba a explicar lo que ocurrió, pero miré hacia el sitio de donde habían salido nuestros protectores y me quedé callado.

Las luces del edificio estaban apagadas. Los vidrios de la fachada rotos; la puerta principal caída y desvencijada...

El edificio se hallaba abandonado y en ruinas. No vivía nadie adentro... tampoco era posible que se hubiese salido nadie de ahí.

Miré hacia delante.

IVI, la jefa de todos esos ángeles, el arcángel de los niños, había avanzado hasta la esquina, donde la esperaban algunos de sus guerreros.

Me dijo adiós con una mano antes de dar la vuelta.

Fue la última vez que la vi.

Sangre de Campeón: 22.-Un campeón está en el equipo correcto

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Mi hermano tendría que permanecer encerrado en una habitación esterilizada durante varias semanas. Podían ocurrir complicaciones graves: infección o rechazo al transplante. Su vida se hallaba en peligro todavía.

Yo lo iba a visitar todas las tardes, después del entrenamiento deportivo. Al oscurecer, uno de mis padres se quedaba con Riky y otro iba a la casa conmigo.

Aquella noche, le tocó a papá permanecer en el hospital. Mamá y yo subimos al auto y transitamos por la avenida principal.

Ella me preguntó:

- ¿Cómo van las cosas en la escuela?

- Mejor –contesté-. A Lobelo y a su amigo les dieron una advertencia por escrito: si son sorprendidos en otra travesura, los expulsarán para siempre del colegio.

- ¿ Y ya no te molestan?

Tosí un poco.

- No, pero me miran muy feo. Cuando los encuentro siento vibraciones negativas. Creo que pronto inventará algo para vengarse de mí...

- Mmh... –disminuyó la velocidad del automóvil y volvió a comentar. El señor Izquierdo también prometió hacernos daño, ¿te acuerdas?.

- Sí –respondí. En la comisaría estaba muy enojado porque lo acuse de robo. Dijo que éramos una familia de ingratos y que nos íbamos a arrepentir.

La miré de perfil; su cara se había puesto tensa.

- ¿Qué pasa mamá?, ¿por qué preguntas eso?, ¿por qué vas manejando tan despacio?

- No estoy segura, pero.

Orilló el coche y se detuvo por completo, mirando el espejo retrovisor.

- ¿Pero?

- Nos vienen siguiendo

Voltee. Era verdad. Dos autos se habían detenido justo detrás de nosotros.

El miedo me invadió.

- ¡Acelera! –le dije-. Es peligroso.

Ella negó con la cabeza.

- Felipe, ¿Esos coches que están detrás, ¿no son los que se detuvieron frente a la casa cuando intentaron robarla?, ¿Es uno de ellos el señor Izquierdo?

- Sólo veo las luces. Pero tienes razón. Deben ser ellos. ¡Vámonos!

- Dejaré que se acerquen... Somos gente civilizada. Les preguntaré qué quieren.

- ¡No! –exclamé-. Pueden hacernos daño.

En ese instante, se abrieron las portezuelas de los coches que estaban detrás de nosotros y bajaron cuatro hombres.

- ¡Vienen armados! –dije-. ¡Mamá!. Dos de ellos traen pistolas, ¿ya te diste cuenta?

Mi madre al fin entendió que esos sujetos no eran tan civilizados y que iba a ser imposible ponerse a charlar con ellos. Movió la palanca del coche y aceleró.

Vi cómo uno de los tipos levantaba su arma y nos apuntaba. Me agaché gritando:

- ¡Cuidado!

Los delincuentes prefirieron no disparar es esa transitada avenida. Se subieron a sus autos y comenzaron a perseguirnos de nuevo. Mi mamá aumentó la velocidad y trató de perderlos. Se salió de la vía rápida dando vuelta en una calle desconocida y detuve el coche para esconderlo detrás de los edificios.

Guardamos la respiración. Pasaron varios segundos. Parecía que habíamos logrado engañarlos, cuando de repente, los dos automóviles aparecieron dando vuelta justo detrás de nosotros. Mamá volvió a acelerar. La calle era oscura y solitaria. Esquivó un bache moviendo el volante con violencia. Mi cabeza chocó contra el vidrio lateral. No me quejé.

- Apresúrate –le dije-, ¡ahí vienen!

Miró nuevamente por el retrovisor.

- ¡No debí salirme de la avenida principal! –se lamentó-, ¿ahora qué hago?

- ¡Regresa! ¡Pidamos ayuda! Volvamos al hospital.

Mi madre dio la vuelta en otra esquina con la esperanza de entrar en la vía rápida, pero no había acceso. La calle pasaba por abajo. Continuamos de frente. Había muchos baches y topes. El chasis del coche golpeaba contra el pavimento.

- ¡Agárrate fuerte! –me dijo.

Dio otra vuelta de forma brusca. Logramos separarnos un buen tramo de los autos que nos seguían. Para nuestra desgracia, era un camino cerrado. Frenamos: el carro se derrapó antes de detenerse. Mi madre apretó el volante con fuerza. Su frente sudaba y por las mejillas le escurrían lágrimas de desesperación.

- Estamos atrapados –murmuró.

- ¡no! –respondí-. ¡Vámonos de aquí!. Échale en reversa.

Lo hizo. El coche se movió de forma zigzagueante. Al llegar a la bocacalle aparecieron los carros que nos perseguían. Mamá trató de esquivarlos. Nos obstruyeron el paso y chocamos contra uno de ellos.

Aunque la cajuela de nuestro coche quedó aplastada, el motor seguía en marcha. En cambio, el otro auto recibió el impacto de frente y se apagó. De su radiador roto se escapaba una columna de vapor y agua hirviendo.

- ¿Estás bien? –me preguntó mamá.

- Sí –contesté-. ¡Todavía podemos escapar!

Frente a nosotros quedaba un espacio por el que era posible dar la vuelta. Mamá giró el volante, movió la palanca de la transmisión y avanzó de nuevo. Nuestra defensa iba arrastrando y hacia un ruido tétrico.

El auto que permanecía intacto, se nos travesó. Golpeamos un poste de luz con el costado y evadimos el obstáculo. Entonces, los nervios traicionaron a mi madre. Pisó el acelerador a fondo y perdió el control del vehículo. En vez de frenar, aceleró más. Dio un fuerte volantazo y nos subimos a la banqueta, pero con tal inercia, que el coche quedó en dos ruedas; anduvo unos metros así, antes de voltearse. Escuchamos los vidrios romperse. Cerré los ojos. Mi cabeza me dio vueltas. Recordé las palabras de IVI:

Felipe amado, yo sé muchas cosas que ignoras. Tu guerra no es contra la gente de carne y hueso sino contra seres espirituales perversos que dominan a las personas. Así como hay fuerzas del mal que desean destruirte, cuentas con un enorme ejército de fuerzas bondadosas que te defienden.

En esos últimos días había estado leyendo las tarjetas de IVI. Una de ellas decía algo así:

En la creación, existen DOS grupos siempre en contraposición: El de los seres bondadosos y el de los malvados. No te equivoques de equipo. Jamás juegues para ambos bandos. No hagas el mal unas veces y pretendas ser bueno en otras. Dios detesta a las personas tibias. Tú eres un campeón. Elige el equipo correcto.

De pronto, me di cuenta que estábamos de cabeza.

Mamá lloraba y emitía gritos de desesperación.

- ¿Te duele algo? –Me preguntó.

- No –contesté-. ¿Y a ti?

- Tampoco... ¡Ay!

De inmediato supe que sí le dolía algo. Aunque trataba de hacerse la fuerte, se había lastimado.

- Ahí está la avenida principal... –dijo entre gemidos-. Si corremos tal vez lleguemos a ella antes de que nos alcancen.

Me quité el cinturón de seguridad y quise abrir mi portezuela. Estaba atorada. Mamá también se quitó el cinturón.

El parabrisas hecho añicos, se sostenía en el marco. Le di una patada, y se desquebrajó hacia delante.

Salí a gatas. Mi madre intentó seguirme. Emitió un grito de dolor y se detuvo. No podía moverse.

Me paré junto al carro volcado. Las llantas hacia arriba, aún daban vueltas. Vi a lo lejos.

Los dos automóviles de los rufianes permanecían en el mismo sitio.

De pronto, observé la figura de los cuatro hombres armados que se acercaban a mí.

Dos de ellos traían pistola; los otros dos un bat de béisbol.

Sangre de Campeón: 21.-Un campeón reconoce que sus poderes provienen de Dios

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Quise averiguar cómo era el sitio al que van las personas donde mueren.

Traté de abrir los ojos, pero mis párpados permanecieron inmóviles. Intenté respirar hondo y sentí cerradas las fosas nasales. Inhalé por la boca.

Una punzada en la nuca me hizo darme cuenta de que aún estaba con vida.

- Todo ha pasado –oí la voz de una doctora-. Saliste del quirófano hace casi dos horas.

- Estamos aquí, contigo hijo –escuché después a mi mamá-. Fuiste muy valiente.

Quise responder, pero no logré abrir los labios.

- La doctora nos acaba de platicar –continuó mamá con voz acongojada-, que hubo una complicación en el quirófano. También nos comentó que, en medio del problema, les dijiste a los médicos que aceptabas morir si eso salvaba la vida de tu hermanito. Es increíble, hijo. Gracias.

Los párpados me pesaban como si fueran de plomo.

- Tienen dos chicos maravillosos –comentó la doctora-. Cuídenlos mucho. Ambos poseen sangre de campeones...

- ¡Otra vez esas palabras! ¡Y... esa... voz!

Me esforcé aún más por abrir los ojos y levante la cabeza . Lo logré apenas. Al moverme, sentí, al fin, que el aire entraba por mis fosas nasales y entonces percibí el olor . Era inconfundible.

- IVI... murmuré.

Con su bata blanca parecía una joven y bella doctora.

Papá le preguntó:

- Si el transplante es un éxito, nuestro hijo Riky se salvará, ¿verdad?

- Tiene probabilidades.

- ¿Probabi...?

Detuvo la palabra a medias.

- Sí –continuó ella-. Aún falta la parte más difícil.

- ¡No puede ser!

- Aunque Riky muriera –respondió IVI-, ustedes deben confiar que siempre se hace justicia con la gente buena. En esta vida, o en la siguiente.

Durante unos segundos hubo total silencio. A mis padres les extraño que la “doctora” hiciera ese comentario.

IVI continuó:

- Necesitan buscar la Fuente de Amor, para sentir tranquilidad en los momentos difíciles.

- ¿A qué se refiere? –tartamudeó mamá-.

Las cosas van muy bien, pero la voluntad de los hombres no siempre se cumple y deben confiar en Aquel que tiene la última palabra. Se han difundido teorías de superación que dicen “tu puedes solo, eres autosuficiente, no demuestras debilidad, aléjate de todos, eres como un dios”. No crean eso nunca. Tienen poderes extraordinarios, si, pero no provienen de ustedes sino de la sangre que el Creador ha dado, para regalarles vida. Necesitan aceptar eso con profunda gratitud.

- ¿Por qué nos habla así?

- Es un mensaje que debo darles. Ustedes pueden lograr maravillas y superar las pruebas más difíciles, pero si se alejan de la Fuente de Amor, perderán sus poderes.

- Sigo sin comprender –dijo mamá.

IVI explicó:

- Déjenme contarles algo de lo que fui testigo. Estuve en una provincia soviética durante el terremoto más grave que ha sufrido ese lugar. Formé parte de las brigadas de rescate. Se derrumbaron cientos de edificios y murieron más de cincuenta mil personas.

“Era el invierno de 1998. Una mujer, llamada Susana, fue a probarle un vestido a su hija Gina, estaba en el departamento de la costurera, cuando comenzó el terremoto. La pequeña se había quitado la ropa. Se escucharon tronidos de cristales y fuertes golpes. La estructura de concreto comenzó a crujir. Susana alcanzó a Gina para protegerla de los muebles que estaban desplomándose. Todos gritaban aterrorizados. De repente el piso se fracturó, como una hoja de papel. Susana y su hija, cayeron por el agujero. El edificio de nueve pisos se desplomó en unos segundos. Nadie alcanzó a salir. Mucha gente murió aplastada bajo una montaña de concreto, vidrios y varillas de metal. A cincuenta centímetros sobre Susana y Gina, quedó una losa de cemento detenida por algunas piedras. Gina estaba ilesa y podía moverse en una pequeña área. Susana quedó acostada de espaldas. Tenía una viga muy cerca de la cara que le impedía levantarse. Se cortó la corriente eléctrica; Debajo de ese cerro de escombros, todo era oscuridad. Se escuchaban los gritos ahogados de personas pidiendo auxilio. “Mamá” dijo Gina llorando, “estoy muy asustada”. Susana contestó “Acércate hija, ¿te duele algo?. La niña de cuatro años se acurrucó contra el cuerpo de su madre. No dejaba de llorar.

El ambiente estaba helado y Gina desnuda. Susana, haciendo un gran esfuerzo, moviéndose apenas, logró, después de mucho tiempo, quitarse su ropa, y se la dio a la pequeña.

“Mamá” dijo Gina, “tengo mucha sed”

La oscuridad y el frío congelante le impedían explorar lo que había cerca. Aún así, estiró los brazos y tanteó a su alrededor. Encontró un pequeño frasco de mayonesa. Lo abrió y se lo dio a la niña. Eso le calmó la sed y el hambre por el momento. Susana sabía que iba a morir, pero deseaba que su hija viviera, por eso, no tomó para ella ni una pizca de mayonesa.

Pasaron las horas. El frío se colaba por entre el cascajo en leves corrientes pero, a veces, al aire dejaba de fluir y el ambiente se congelaba. Faltaba oxígeno.

“Procura no moverte, hija” le dijo Susana, “si puedes, duérmete”.

“Mamá, tengo sed”

Susana volvió a buscar con sus manos. No había nada más que pudiera comerse o beberse.

Perdieron la noción del tiempo. La madre comenzó a sufrir pesadillas. Se imaginaba que estaba en el ártico, extraviada entre las nieves perpetuas, desfalleciendo. El hambre y el frío la despertaban y volvía a la realidad. Tenía la piel entumecida y la boca seca. Escuchaba entre nubes la voz de su hija que cada vez sonaba más débil:

“Mamá; tengo mucha sed”

Habían pasado dos días y dos noches. Susana tuvo un pensamiento claro: si no hacía algo pronto su hijita moriría. Estaba desesperada. ¿Qué podía hacer para salvarla? La niña necesitaba un líquido caliente pronto... Guardó el aliento y un estremecimiento le recorrió la piel al razonar que contaba con ese líquido: su propia sangre. Sin pensarlo dos veces, buscó el frasco de mayonesa vacío y lo rompió. Tomó uno de los cristales y se cortó el dedo. Se lo ofreció a la niña. Gina lo chupó con gran desesperación.

“Más, mamá” dijo la pequeña, “dame más...”

Susana volvió a cortarse. La sangre salió de nuevo y su hija pudo beber. Perdió la noción de cuantas veces se cortó, pero Gina estuvo bebiendo la sangres de su madre durante los siguientes días. Cuando, al fin, la brigada de rescate pudo levantar todas las piedras que las cubrían, hallamos a una mujer moribunda y a una niña que aún respiraba...,Las llevamos al hospital. Estuvieron muy graves, pero sobrevivieron. Fue un verdadero milagro. Lo dramático del caso es que la madre compartió con la niña su propio aliento de vida para salvarla.

Ahora, con este ejemplo en la mente, piensen en alguien muy grande y poderoso que, aunque podía haber juzgado y condenado a muerte a la humanidad por sus rebeldías, inexplicablemente prefirió perdonarla y regalarle su aliento de vida... Ustedes tienen poderes extraordinarios, porque hace más de dos mil años, el Padre dio a su propio Hijo, para que todo aquel que en El crea, no tenga miedo nunca mas. Dios mismo entregó hasta la última gota de su sangre purificando la de ustedes. Así fue como brindó a los seres humanos esencia de campeones. No por merecimientos, sino por gracias. Es decir, como un regalo...

Mi madre preguntó:

- ¿Por qué habla como si usted no fuera un ser humano?

- Disculpe, es una mala costumbre.

Papá tomó mi mano y me apretó con cariño. Respondí a su gesto. Después, mamá se acercó a mí, también. Intenté abrir los ojos otra vez. Lo logré. Extendí mis brazos hacia arriba. Mis padres mi abrazaron.

No vieron cuando la joven, vestida de blanco, abandonó el lugar. Yo sí. Me sonrió y le sonreí.

Después de un rato, papá se incorporó y buscó a su alrededor.

- ¿Y la doctora? –preguntó-. Ya no está. Hay que darle las gracias, cuando la volvamos a ver.

Quise decir; “no creo que la vuelvas a ver”, pero me quedé callado.

Papá continuó hablando:

- Hace muchos años, una maestra suplente me ayudó a salir de mis problemas... me contó la historia de las manos orantes y otras parecidas como la de Gina y Susana... Es muy extraño... No quería decirlo, pero esa doctora que acaba de estar aquí, se parece tanto a mi maestra...

Asentí. Entonces le dije a papá con absoluta seguridad:

- Esa mujer es tu maestra. La que conociste en la primaria.

El se quedó pensando unos segundos.

- Imposible –comentó.

- ¡No! –le dije-. ¡Es ella misma!

Mamá me acarició la frente.

- Relájate hijo. Estás abrumado por la anestesia.

Sangre de Campeón: 20.-Un campeón es capaz de dar su vida por amor

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Mi habitación no estaba en la misma zona del hospital que la de Riky.

Una enfermera llegó para ponerme el suero. Le dije:

- Quiero hablar con mi hermanito antes de entrar al quirófano.

- ¿Para qué?

- Para darle ánimo. Necesito decirle que me siento muy feliz de ser el donador.

- Veré si puedo conseguir un permiso para que lo visites.

- Gracias.

A las pocas horas, la enfermera llegó de nuevo.

- No debes quitarte el suero, Felipe, así que necesitarás caminar despacio hasta el cuarto de Riky. Yo te ayudaré.

Me puse de pie con rapidez.

- ¡cuidado!

Anduve por el corredor a grandes pasos. La asistente iba detrás de mí, cargando la botella de suero. Tomamos un elevador y llegamos al piso de enfermos graves.

Mis padres estaban en la sala de espera. Los saludé, pero no me detuve a conversar con ellos. Entré a la habitación de Riky. Mi entusiasmo se convirtió en una mezcla de asombro y tristeza. Un chico inmóvil con la piel marchita y el cabello ralo, se hallaba acurrucado bajo la sábana.

- El... él... es: ¿mi hermano?

- Sí.

- ¿Qué le ha pasado?

Los medicamentos son demasiado fuertes. Lo dejan sin defensas.

- ¿Está dormido?

- Puede ser... ¿por qué no le hablas?

Caminé muy despacio. Se me hizo un nudo en la garganta y mis manos temblaron.

- Riky, ¿me oyes?

Le acaricié la mejilla y entonces sonrió un poco.

- Ya pinté el primer piso de la casa –le dije-. Te va a gustar.

Permaneció en silencio. Seguí hablando:

- También aparté mis juguetes que te gustan, para regalártelos. Los puse sobre tu cama.

Nada de eso parecía contentarlo. Comentó:

- Me siento muy mal...

- Pero te vas a mejorar, hermanito. ¿Qué crees? Mañana van a ponerte una sustancia que sacarán de mi cuerpo. Eso te ayudará.

- Sí –confirmó-. Tu médula ósea. Ya me lo explicaron, - hizo una pausa y preguntó-. ¿No te va a pasar nada a ti, verdad?

- No. Tranquilízate y descansa. Los dos vamos a estar muy bien.

Cerró los ojos. Tuve una sensación extraña.

Regresé a mi habitación. Le pedí ayuda a la enfermera para sacar del clóset mi maleta. Adentro traía la caja de IVI. Cuando me quedé solo, extraje una tarjeta. Esta vez el escrito no contenía un mensaje claro de superación. Relataba una historia. La leí.

A principios del siglo XX fue pintado un cuadro con dos manos unidas en forma de oración. La imagen revela un profundo misticismo que ha inspirado a miles de personas en el mundo.

Dice la leyenda del cuadro que dos hermanos huérfanos deseaban ser pintores, pero no tenían dinero y la única fuente de ingresos en el pueblo era la vieja mina. Ambos echaron a la suerte cual de los dos trabajaría como obrero y cual iría a la academia de pintura. Perdió el mayor.

Pasaron cinco años. Al fin el menor se graduó como pintor. El día de la fiesta, le entregó a su hermano el diploma y le dijo:

- Gracias por el sacrificio que hiciste por mí, ahora es tu turno de estudiar pintura; venderé mis cuadros y pagaré tus estudios.

El hermano mayor renunció a la mina y fue a la academia, pero en cuanto tomó el pincel vio que su mano temblaba.

El profesor le dijo:

- Lo siento, usted jamás podrá ser pintor; ha trabajado demasiado tiempo en la humedad y ha adquirido una enfermedad reumática.

Se fue a su casa. Estaba alegre de haber podido ayudar, pero se sentía triste porque no iba a lograr sus sueños jamás. Juntó sus manos y se puso a dar gracias a Dios. El hermano menor llegó a verlo, le dijo:

- Ya me enteré de la mala noticia; jamás podrás ser pintor, ¡cómo lo siento!, dime ¿qué puedo hacer por ti?

El mayor contestó:

- Pinta mis manos mientras estoy orando... y, cuando veas el cuadro, recuerda que estas manos se deshicieron para que tú te hicieras...

Me quedé observando la tarjeta sin comprender el mensaje.

A los pocos minutos llegaron mis padres. Les mostré el texto y les pregunté qué enseñanza encontraban en él.

- ¿De donde lo sacaste? –cuestionó mi papá.

- Una amiga me lo obsequió.

- Es curioso... – dijo pensativo-. Escuché esa historia hace muchos años... y me ayudó a comprender a mi padre. El era un hombre enfermo de los nervios, arrugado y encorvado; trabajaba incansablemente... Yo me enojaba porque casi no jugaba conmigo, pero cuando supe la historia del cuadro de las manos orantes, entendí que él se estaba “deshaciendo” para que yo “me hiciera”. Entonces lo amé y lo respeté...

- O sea... –quise opinar y me quedé pensativo.

- O sea –completó papá-, que hay dos tipos de personas importantes en el mundo: las que apoyan y las que sobresalen. Las primeras no siempre logran dinero o fama, pero son las más valiosas... Por ejemplo, ¿conoces a alguna anciana que dio la vida para ayudar a sus hijos?

- Sí.

- Pues gente como ellas son manos orantes, que voluntariamente se han “deshecho” para que otros se realicen... Ese es el mensaje del relato. De los dos hermanos, aunque el pintor haya logrado popularidad, el obrero será siempre el personaje más extraordinario...

Me quedé en silencio. Al comprender la propuesta sentí temor... ¿Significaba acaso que yo debía consumirme para que mi hermano se levantará?

Dormí muy mal esa noche. Me la pasé tomando decisiones drásticas, entre sueños.

A la mañana siguiente, el procedimiento de transplante se inició muy temprano.

Me llevaron al quirófano en ayunas y el médico me explicó lo que iba a suceder:

- Te pondremos anestesia de bloqueo. Se te dormirá la mitad de tu cuerpo. Después, mediante una aguja especial que perfora los huesos, sacaremos de tu cadera la médula ósea para traspasársela a tu hermano. ¿Estás listo? Dije que sí.

Comenzaron. Me coloqué de costado como me lo pidió el anestesista. Sentí un piquete en la espalda y de inmediato el cerebro comenzó a hormiguearme. Me invadió un fuerte, casi insoportable dolor de cabeza. Comencé a gritar.

Los médicos se movieron con rapidez alrededor de mí.

Se suponía que no debía sentir nada, excepto el adormecimiento de mis piernas.

- ¡Está cayendo en shock! –gritaban-. Es por la anestesia.

Mi cabeza, aún estallando, tenía pensamientos muy claros: “Tal vez no comprendí bien lo que iba a pasar. Tal vez esto es normal. Si la médula ósea fabrica sangre, al sacarla del donador, se produce la muerte. Entonces estoy a punto de morir. No quiero morir, no ahora que he aprendido a elegir a mis amigos, a definirme pronto, a analizar y observar, a pedir ayuda a tiempo, a tener equilibrio, pero... si es la única forma de salvar a mi hermano...”

- ¡Auxilio! –grité-. ¡Me revienta la cabeza!.

Un adormecimiento general me invadió, fui perdiendo el sentido. Era el fin. Seguí hablando con más calma. Los médicos me contestaban.

De pronto me di cuenta que me hallaba en otro lugar.

Una luz intensa me lastimaba los ojos.
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